Palabras de Mons Pedro Meurice Estiú al darle la bienvenida al Papa Juan Pablo II
"Santísimo Padre: En nombre de la Arquidiócesis de Santiago de Cuba y de todos los hombres de buena voluntad de estas provincias orientales le doy la más cordial bienvenida. Esta es una tierra indómita y hospitalaria, cuna de libertad y hogar de corazón abierto. Lo recibimos como a un Padre en esta tierra que custodia, con entrañas de dignidad y raíces de cubanía, la campana de la Demajagua y la bendita imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. EI calor de Oriente, el alma indomable de Santiago y el amor filial de los católicos de esta diócesis primada proclaman: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Quiero presentarle, Santo Padre, a este pueblo que me ha sido confiado.
Quiero que Su Santidad conozca nuestros logros en educación, salud, deportes…, nuestras grandes potencialidades y virtudes.., los anhelos y las angustias de esta porción del pueblo cubano.
Santidad, éste es un pueblo noble y es también un pueblo que sufre. Este es un pueblo que tiene la riqueza de la alegría y la pobreza material que lo entristece y agobia casi hasta no dejarlo ver más allá de la inmediata subsistencia.
Este es un pueblo que tiene vocación de universalidad y es hacedor de puentes de vecindad y afecto, pero cada vez está más bloqueado por intereses foráneos y padece una cultura del egoísmo debido a la dura crisis económica y moral que sufrimos.
Nuestro pueblo es respetuoso de la autoridad y le gusta el orden pero necesita aprender a desmitificar los falsos mesianismos.
Este es un pueblo que ha luchado largos siglos por la justicia social y ahora se encuentra, al final de una de esas etapas, buscando otra vez como superar las desigualdades y la falta de participación.
Santo Padre: Cuba es un pueblo que tiene una entrañable vocación a la solidaridad, pero a lo largo de su historia, ha visto desarticulado o encallados los espacios de asociación y participación de la sociedad civil, de modo que le presento el alma de una nación que anhela reconstruir la fraternidad a base de libertad y solidaridad.
Quiero que sepa, Beatísimo Padre, que toda Cuba ha aprendido a mirar en la pequeñez de la imagen de esta Virgen Bendita, que será coronada hoy por su Santidad, que la grandeza no está en las dimensiones de las cosas y las estructuras sino en la estatura moral del espíritu humano.
Deseo presentar en esta Eucaristía a todos aquellos cubanos y santiagueros que no encuentran sentido a sus vidas, que no han podido optar y desarrollar un proyecto de vida por causa de un camino de despersonalización que es fruto del paternalismo. Le presento además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas década y la cultura con una ideología. Son cubanos que al rechazar todo de una vez sin discernir, se sienten desarraigados, rechazan lo de aquí y sobrevaloran todo lo extranjero. Algunos consideran ésta como una de las causas más profundas del exilio interno y externo.
Santo Padre: Durante años este pueblo ha defendido la soberanía de sus fronteras geográficas con verdadera dignidad, pero hemos olvidado un tanto que esa independencia debe brotar de una soberanía de la persona humana que sostiene desde abajo todo proyecto como nación.
Le presentamos la época gloriosa del P. Varela, del Seminario San Carlos en La Habana y de San Antonio María Claret en Santiago, pero también los años oscuros en que, por el desgobierno del patronato la Iglesia fue diezmada a principios del siglo XIX y así atravesó el umbral de esta centuria tratando de recuperarse hasta que, en la década del 50, encontró su máximo esplendor y cubanía. Luego, fruto de la confrontación ideológica con el marxismo-leninismo, estatalmente inducido, volvió a ser empobrecida de medios y agentes de pastoral pero no de mociones del Espíritu como fue el Encuentro Nacional Eclesial Cubano.
Su Santidad encuentra a esta Iglesia en una etapa de franco crecimiento y de sufrida credibilidad que brota de la cruz vivida y compartida. Algunos quizás puedan confundir este despertar religioso con un culto pietista o con una falsa paz interior que escapa del compromiso.
Hay otra realidad que debo presentarle: la nación vive aquí y vive en la diáspora. El cubano sufre, vive y espera aquí y también sufre, vive y espera allá fuera. Somos un único pueblo que, navegando a trancos sobre todos los mares, seguimos buscando la unidad que no será nunca fruto de la uniformidad sino de un alma común y compartida a partir de la diversidad.
Por esos mares vino también esta Virgen, mestiza como nuestro pueblo. Ella es la esperanza de todos los cubanos. Ella es la Madre cuyo manto tiene cobija para todos los cubanos sin distinción de raza, credo, opción política o lugar donde viva.
La Iglesia en América Latina hizo en Puebla la opción por los pobres, y los más pobres entre nosotros son aquellos que no tienen el don preciado de la libertad.
Ore, Santidad, por los enfermos, por los presos, por los ancianos y por los niños.
Santo Padre: Los cubanos suplicamos humildemente a su Santidad que ofrezca sobre el altar, junto al Cordero Inmaculado que se hace para nosotros Pan de Vida, todas estas luchas y azares del pueblo cubano, tejiendo sobre la frente de la Madre del Cielo, esta diadema de realidades, sufrimientos, alegrías y esperanzas, de modo que, al coronar con ella esta imagen de Santa María, la Virgen Madre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cuba llamamos bajo el incomparable titulo de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, la declare como Reina de la República de Cuba.
Así todas las generaciones de cubanos podremos continuar dirigiéndonos a Ella, pero con mayor audacia apostólica y serenidad de espíritu, con las bellas estrofas de su himno: "Y tu Nombre será nuestro escudo, nuestro amparo tu gracias serán".
Amén.