2020, escape from the cities (and back)

C’è chi sostiene che, in tempi di pandemia, le grandi metropoli si svuoteranno. Qualcuno invece ipotizza che sapranno cogliere l’occasione per ri-trasformare i propri quartieri in spazi più vivibili, con servizi facilmente raggiungibili e una migliore qualità della vita. L’articolo è offerto ai lettori in inglese, spagnolo e italiano
Domino Park - New York (AP Photo/Kathy Willens)

We will go and live in the country, we will all work from home, we will stop meeting in public places: perhaps as a reaction to the uncertainty we are experiencing, the debates on the cities that will come after the pandemic are a kaleidoscope of utopian scenarios. For many, the pandemic is and has been an opportunity to reflect on the way we live and the spaces that shape our lives.

During lockdown periods, we spend whole weeks indoors and realize how the houses are designed as dormitories or a little more. We work and study from a distance feeling the lack of dedicated spaces where we can learn and be creative together with our peers. We shop online thinking about the daily surprise of the casual meeting on the street and the chat at the supermarket checkout. In short, we question our daily life and the spaces that host it.

Although the pandemic suggests that the places where we live are destined to change radically, initial experiences of reactivation show that we often return to a normality far removed from utopia. How then can we make our cities better than we left them before the pandemic? What are the fundamental challenges that, in the very long months of health emergency, emerged urgently for the places where we live?

The question is even more complicated when we consider the worldwide evolution of the pandemic: while Africa apparently resists the virus, Europe and Asia are trying to avoid a second wave of contagion and America is still struggling with the first. Faced with the multiplicity of places in which we dwell and the social challenges we face, paradoxically the solution is to have no solution. Instead, we have to inhabit a place by reading its challenges and discovering its resources, in order to identify possible horizons towards which to orient our cities.

This is the challenge that Dialoghi in Architettura (Dialogues in Architecture), a laboratory of reflection on the relationship between space and society, faced since the beginning of the pandemic: with a virtual seminar, it collected experiences of how different cities, in the North and South of the world, faced the first phase of the health emergency. The world quarantine, which differs in time and form from country to country, raises problems and highlights contradictions that question our way of living, with themes in common between the North and South of the world.

The house is the space that most changes during the quarantine: it must be at the same time home, office, classroom, gym, even hospital for those in need of treatment. But the house is not identified only with the walls of the building: there are those who can consider as home the small condominium in which they live, taking advantage of the common spaces that can also be used in quarantine, and those who have to carve out a space for themselves in an overcrowded house.

In addition, not everyone can respond to the call from governments to stay at home to avoid the spread of contagion, either because of the need to continue working or because of the need to access basic services that are not available in one’s neighbourhood. The community also plays a fundamental role in addressing – together and not alone – the many material and non-material needs emerging as a result of contagion and economic recession.

Collaboration with neighbours becomes the tool with which to take care of the most vulnerable members of a community, self-produce basic necessities, or reactivate central spaces for the vitality of neighbourhoods, once we have really got over the emergency. The new normality that will come after the pandemic brings with it a transformative potential, even for our cities.

Observing the behaviour and experiments underway in different countries is essential to make our living places thrive again. The new normality can also guarantee a better quality of life: Paris, Milan, Barcelona and Bogotá are just some of the cities that, with the excuse of creating emergency bike paths, are transforming their public spaces and contributing to neighbourhoods where basic services can be reached in a few minutes.

The health emergency linked to COVID-19 makes it necessary to reactivate our cities, but it also gives us the unique opportunity to rethink the spaces in which we live and anticipate the great transformations linked to climate change and new economic models. In short, once we are out of the pandemic we will not flee the city: on the contrary, if we are courageous we will return to live in better homes and cities than we have known so far.

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2020, fuga de la ciudad (y vuelta)

Iremos a vivir en el campo, trabajaremos todos desde la casa, dejaremos de encontrarnos en espacios públicos: tal vez como reacción a la incertidumbre que estamos viviendo, los debates sobre las ciudades que vendrán después de la pandemia son un caleidoscopio de escenarios utópicos. Para muchos la pandemia es y será la ocasión para reflexionar sobre el modo en que vivimos y sobre los espacios que moldean nuestras existencias.

En los periodos de lockdown, pasamos en casa semanas enteras y nos damos cuenta de que la vivienda ha sido pensada como dormitorios o poco más. Trabajamos y estudiamos a la distancia, mientras extrañamos los espacios donde poder aprender y ser creativos juntos a nuestros pares. Hacemos compras online, mientras recordamos la sorpresa cotidiana del encuentro casual en la calle y la conversa en la caja del supermercado. Ponemos entonces en discusión nuestra cotidianidad y los espacios que la hospedan.

Aunque la pandemia nos haga creer que los lugares en que vivimos estén destinados a cambiar radicalmente, las primeras experiencias de reactivación muestran que a menudo se vuelve a una normalidad bien lejana de la utopía. ¿En qué manera entonces podemos hacer nuestras ciudades mejores de como las dejamos antes de esta crisis sanitaria? ¿Cuáles son los desafíos fundamentales que emergen con urgencia para mejorar los lugares en que vivimos?

La pregunta es aún más complicada si pensamos en la evolución de la pandemia a nivel mundial: mientras África aparentemente resiste al virus, Europa y Asia tratan de evitar una segunda ola de contagios y América todavía enfrenta la primera. Frente a la multiplicidad de los lugares que habitamos y de los desafíos sociales a enfrentar, paradójicamente la solución es no tener una solución. Se hace necesario habitar un lugar leyendo sus desafíos y descubriendo sus recursos, para detectar los horizontes posibles hacia los cuales orientar nuestras ciudades.

Este es el desafió que Diálogos en Arquitectura, laboratorio de reflexión en torno a la relación entre espacio y sociedad, ha enfrentado desde el comienzo de la pandemia: con un seminario virtual, ha recolectado experiencias de distintas ciudades que, en el Norte y en el Sur del mundo, han vivido la primera etapa de la emergencia sanitaria. La cuarentena mundial, diferente por tiempos y formas de país a país, levanta problemas y evidencia contradicciones que cuestionan nuestra manera de habitar, con temas en común entre Norte y Sur del mundo.

La casa es el espacio que más se transforma en la cuarentena: tiene que ser al mismo tiempo hogar, oficina, salón de clase, gimnasio, hasta hospital para quienes necesiten cuidado. Pero la casa no se identifica con las solas paredes de la vivienda: hay quien puede considerar como casa el pequeño edificio en donde vive, aprovechando de los espacios comunes utilizables también en cuarentena, y quien tiene que buscar un pequeño espacio para si en una casa superpoblada.

Además, no todos pueden responder a la invitación de los gobiernos a quedarse en casa para evitar la difusión del contagio, sea por la necesidad de seguir trabajando o de acceder a servicios fundamentales que no se encuentran en el propio barrio. También la comunidad toma un rol fundamental, para enfrentar – juntos– las muchas necesidades que surgen debido al contagio y a la recesión económica.

La colaboración con los vecinos se vuelve la herramienta con que cuidar los miembros más vulnerables de una comunidad, autoproducir bienes de primera necesidad, o reactivar espacios centrales para la vitalidad de los barrios una vez que habremos realmente superado la emergencia. La nueva normalidad que vendrá después de la pandemia trae consigo un potencial transformativo, también para nuestras ciudades.

Observar el comportamiento y las experimentaciones en desarrollo en varios países es fundamental para hacer volver a funcionar los lugares en que vivimos. La nueva normalidad puede también garantizar una mejor calidad de vida: Paris, Milán, Barcelona y Bogotá son solo algunas de las ciudades que, con la excusa de realizar ciclovías e intervenciones de emergencia, están transformando sus espacios públicos y contribuyendo a barrios en donde los servicios básicos sean accesibles en pocos minutos.

La emergencia sanitaria relacionada con el COVID-19 hace necesario reactivar nuestras ciudades, pero nos da también la oportunidad única de repensar los espacios en que vivimos y anticipar las grandes transformaciones relacionadas con el cambio climático y nuevos modelos económicos. Entonces, una vez que saldremos de la pandemia no huiremos de la ciudad: al contrario, si somos valientes volveremos a vivir en casas y ciudades mejores de las que hemos conocido hasta ahora.

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2020, fuga dalla città (e ritorno)

Andremo a vivere in campagna, lavoreremo tutti da casa, smetteremo di incontrarci in luoghi pubblici: forse come reazione all’incertezza che stiamo vivendo, i dibattiti sulle città che verranno dopo la pandemia sono un caleidoscopio di scenari utopici. Per molti la pandemia è ed è stata l’occasione per riflettere sul modo in cui viviamo e sugli spazi che modellano le nostre esistenze.

Nei periodi di lockdown, trascorriamo intere settimane in casa e ci rendiamo conto di come le abitazioni siano state concepite come dormitori o poco più. Lavoriamo e studiamo a distanza sentendo la mancanza di spazi dedicati, in cui poter imparare ed essere creativi insieme ai nostri pari. Facciamo acquisti online pensando alla sorpresa quotidiana dell’incontro casuale per strada e alle due chiacchiere alla cassa del supermercato. Mettiamo insomma in discussione la nostra quotidianità e gli spazi che la ospitano.

Anche se la pandemia fa credere che i luoghi in cui viviamo siano destinati a cambiare radicalmente, le prime esperienze di riattivazione mostrano che spesso si torna ad una normalità ben lontana dall’utopia. In che modo allora possiamo rendere le nostre città migliori di come le avevamo lasciate prima della pandemia? Quali sono le sfide fondamentali che, nei lunghissimi mesi di emergenza sanitaria, emergono con urgenza per i luoghi in cui viviamo?

La domanda è ancora più complicata se pensiamo all’evoluzione a livello mondiale della pandemia: mentre l’Africa apparentemente resiste al virus, Europa ed Asia cercano di evitare una seconda ondata di contagi e l’America è ancora alle prese con la prima. Di fronte alla molteplicità dei luoghi che abitiamo e delle sfide sociali da affrontare, paradossalmente la soluzione è non avere una soluzione. Tocca invece abitare un luogo leggendone le sfide e scoprendone le risorse, per individuare gli orizzonti possibili verso cui orientare le nostre città.

È questa la sfida che Dialoghi in Architettura, laboratorio di riflessione intorno alla relazione tra spazio e società, ha affrontato dall’inizio della pandemia: con un seminario virtuale, ha raccolto esperienze di come diverse città, nel Nord e nel Sud del mondo, hanno vissuto la prima fase dell’emergenza sanitaria. La quarantena mondiale, diversa per tempi e forme da paese a paese, solleva problemi ed evidenzia contraddizioni che mettono in discussione il nostro modo di abitare, con temi in comune tra Nord e Sud del mondo.

La casa è lo spazio che più si trasforma durante la quarantena: dev’essere allo stesso tempo abitazione, ufficio, aula scolastica, palestra, persino ospedale per quanti hanno bisogno di cure. Ma la casa non si identifica con le sole pareti dell’abitazione: c’è chi può considerare come casa il piccolo condominio in cui vive, approfittando degli spazi comuni utilizzabili anche in quarantena, e chi invece deve ritagliarsi uno spazio per sé in un’abitazione sovraffollata.

In più, non tutti possono rispondere all’invito avanzato dai governi a restare in casa per evitare la diffusione del contagio, sia per la necessità di continuare a lavorare o per il bisogno di accedere a servizi fondamentali che non si hanno a disposizione nel proprio quartiere. Anche la comunità gioca un ruolo fondamentale, per affrontare – insieme e non da soli – le tante esigenze materiali e non che emergono a causa del contagio e della recessione economica.

La collaborazione con i vicini diventa lo strumento con cui prendersi cura dei membri più vulnerabili di una comunità, autoprodurre beni di prima necessità, o riattivare spazi centrali per la vitalità dei quartieri una volta che avremo davvero superato l’emergenza. La nuova normalità che verrà dopo la pandemia porta con sé un potenziale trasformativo, anche per le nostre città.

Osservare il comportamento e le sperimentazioni in corso in diversi paesi è fondamentale per far tornare a funzionare i luoghi in cui viviamo. La nuova normalità può anche garantire una migliore qualità della vita: Parigi, Milano, Barcellona e Bogotá sono solo alcune delle città che, con la scusa di realizzare piste ciclabili d’emergenza, stanno trasformando i propri spazi pubblici e contribuendo a quartieri in cui i servizi di base siano raggiungibili in pochi minuti.

L’emergenza sanitaria legata al COVID-19 rende necessario riattivare le nostre città, ma ci dà anche l’opportunità unica di ripensare gli spazi in cui viviamo e anticipare le grandi trasformazioni legate al cambiamento climatico e a nuovi modelli economici. Insomma, una volta usciti dalla pandemia non fuggiremo dalla città: al contrario, se saremo coraggiosi torneremo a vivere in case e in città migliori di quelle che abbiamo conosciuto finora.

 

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